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| Fotografía de Chema Madoz |
Escapar.
Llegado el momento podría salir
volando, sólo era cuestión de planificarlo escrupulosamente. No todo el mundo
era capaz de pergeñar un plan magistral como yo, por eso mis opciones de
victoria superaban la media. A medio día, todo estaba en calma, el pueblo
adormilado era incapaz de sospechar el más mínimo intento de huida, por eso fue
el momento elegido para la acción. Desplegué las alas en lo más alto de la
azotea, crucé los dedos y comencé a entonar la única oración que me habían
enseñado de pequeño. No pude llegar al amén, en parte porque desconocía el
final, pero pude caer fulminado cuando vi el cielo de Villa Robledo surcado por
mil aeronaves de factura artesanal iniciando el despegué con rumbo desconocido.
En el cielo no quedaba un pequeño hueco para mí.





