En cierta ocasión me fue dado el
leer un libro que yo no había elegido. Ahora sospecho que aquella profesora de
literatura quiso que la cosa fuera así y provocó de alguna manera que yo
emprendiera esa lectura. Nada más empezar, con absoluta ignorancia por mi parte
de a qué me enfrentaba, aquel escritor fue capaz de embaucarme con su narrativa
y aquella concepción onírica del mundo, y desde entonces establecí con él un
vínculo inseparable. En esa ocasión Borges actuaba de recopilador y presentador,
ya que las historias que narraba no habían nacido de su prodigiosa imaginación,
aunque incapaz de no meter la mano en el plato, las transformó a su
antojo y nos las cocinó con todos los ingredientes y sabores que acostumbraba. Magnífico.
Hoy,
primer día de la primavera, “día Internacional de la Felicidad ”, han estado
desgranando en la radio, la cotidiana lista de hechos innobles a los que ya
parece que deberíamos estar acostumbrados. Grandes infamias, como el
aniversario del comienzo de la
II Guerra de Irak y alguna otra, que no por local, pasará
desapercibida: “El Gobierno quitará ayudas a trasplantes a las autonomías que incumplan
con el déficit”
En
nuestras vidas se ha instalado una banda de desalmados que día a día corona la
cumbre de la zafiedad. Desafortunadamente, el grueso volumen que recoja la
ignominia que nos desayunamos día a día, estará muy alejado de la narración
fabulosa y de la leyenda para ingresar en La Otra Historia Universal de La
infamia. Muy pocos sabrían hacer digerible este compendio de insensibilidad.

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